En el post “El deber de ser feliz” hemos normalizado ciertas emociones y sensaciones que suelen generar rechazo, el enfado es una de ellas. A pocas personas, por no decir a ninguna, le gusta estar enfadado. El enfado es un estado que nos ciega, que no nos permite disfrutar de lo que nos rodea, puede que estemos en el sitio que más nos gusta del mundo con la mejor compañía, que si estamos enfadados nada de eso importa.
Ahora bien, como seres humanos que somos, todos nosotros tenemos diferentes “formas de ser”. Existen personas que no se enfadan casi nunca, personas que consideran que se enfadan poco y personas que se enfadan, digamos que bastante… Podríamos reflexionar durante un minuto y pensar sobre nuestros enfados, ¿son frecuentes?, ¿cuándo se producen?, ¿cómo suelen terminar?, ¿suelen arruinar mis planes o mi día completo?, ¿quizás pueden distanciarme de mi pareja o de mi familia durante días?, ¿Es esa la vida que quiero llevar? ¿Realmente quiero estar días sin hablarme con mi pareja o familia?
El enfado, además de distanciarnos de las personas, trae consigo multitud de efectos “adversos”. Por ejemplo, acapara toda nuestra atención de manera que disminuye nuestra productividad, cometemos más errores en las cosas que estamos haciendo, provoca tensión muscular, problemas gastrointestinales y consigue que tratemos mal a otras personas ajenas al conflicto o incluso a nuestras mascotas.
El enfado es una emoción secundaria, esto quiere decir que siempre se produce después de una emoción primaria, podemos pensar en cualquier situación y siempre va a haber una emoción inicial antes del enfado (vergüenza, celos, dolor, tristeza, miedo…), lo que suele pasar es que esa emoción primaria es prácticamente indetectable porque el enfado se produce de forma tan automática que ni siquiera somos capaces de notarla. Les propongo que intenten identificar esa emoción primaria la próxima vez que se enfaden.
Una vez que sepamos la emoción primaria que desencadenó nuestro enfado es posible que veamos las cosas de otra manera, primero, porque seremos capaces de explicar mejor qué nos pasa, de forma que en lugar de reaccionar gritándole a la persona que tenemos al lado, podemos explicarle lo que estamos sintiendo en ese momento y así evitamos su polarización (la polarización se refiere a que la otra persona se posiciona en el otro extremo, de eso hablaremos en otro post). En muchos casos, las discusiones se inician por no saber comunicar nuestros estados.
Cierto es que no podemos erradicar el enfado de nuestras vidas pero sí de vivirlo de otra manera. Uno de los factores que mantiene el enfado es el “LLEVAR RAZÓN”, ese es uno de nuestros monstruos, podría ser útil reflexionar sobre si el hecho de llevar o no la razón es importante en nuestras vidas y sobre todo, si forma parte de nuestros valores por encima de sus consecuencias, que podrían ser dejar de hablar con nuestra madre o con una persona importante para nosotros.
No se trata de no defender nuestros derechos, ni de no exponer nuestras opiniones, se trata de cambiar la forma en la que lo hacemos, teniendo en cuenta siempre nuestros valores y observando qué efectos tiene la discusión en nosotros mismos y en los demás y qué emociones y sensaciones van surgiendo, si somos capaces de comunicarlas, nos ahorraremos bastante sufrimiento.
Uno de los talleres que impartimos en Focus Psicología, es el taller del enfado. En él ayudamos a las personas a identificar sus emociones primarias, clarificar sus valores y mejorar su comunicación con las personas que les rodean para así disminuir esa tendencia a reaccionar negativamente ante una gran cantidad de situaciones.
Para obtener más información sobre este u otros talleres no dude en ponerse en contacto con nosotros a través del apartado “contacto” de nuestra web.
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