Cuando hablamos de depresión, todos parecemos conocer a qué se refiere el término en mayor o menor medida, aunque para cada persona afecte y se desarrolle de manera diferente.
Según la Organización Mundial de la Salud (2017), la depresión es un trastorno mental frecuente, que se caracteriza por la presencia de tristeza, pérdida de interés o placer, sentimientos de culpa o falta de autoestima, trastornos del sueño o del apetito, sensación de cansancio y falta de concentración.
Esto ha existido siempre, pero si comparamos desde 2006 hasta 2010 la proporción de pacientes con «enfermedades mentales» podremos ver que estos han aumentado. En el caso de la depresión, en un 19,4%. Observando ademas, que un tercio de las personas que presentan trastornos de la salud mental lo atribuyen al desempleo y los problemas para pagar la hipoteca. Por esto, podemos concluir que la crisis económica ha tenido consecuencias en los trastornos de salud mental, sobre todo en las familias que presentan problemas económicos (Gili, Roca, Basu, Mckee, Stucle, 2012).
Según la Agencia Española del medicamento, desde 2000 hasta el 2013 se ha aumentado las prescripciones de antidepresivos en un 200%. Coincidiendo la etapa de crisis en España, revelando la importancia del factor económico para el trastorno.
Existen múltiples factores de riesgo para el desarrollo de la depresión, pero en los últimos años, se ha encontrado que «los principales factores de riesgo están relacionados con la ocupación: las personas de baja por enfermedad o maternal, los desempleados y quienes presentan una discapacidad son grupos poblacionales con mayor riesgo y que precisan mayor atención sanitaria» (Haro, Palacin, Vilagut, Martínez, Bernal, Luque et al. 2006, citado en Valladares, Dilla y Sacristá en 2009, pag. 51).
Dada la situación económica de nuestro país, la situación sanitaria, y la tasa de personas afectadas por dicho trastorno, resulta de interés, el estudio tanto del diagnóstico como de las posibles terapias que puedan mejorar los resultados del tratamiento.
En este caso, consideramos que para el tratamiento de dicho trastorno, se puede tratar tanto con ACT como con AC. Ambas terapias tienen bases teóricas y filosóficas similares, por lo que son compatibles.
“ACT es una terapia contextual conductual que se vale de la aceptación y mindfulness, así como del compromiso y del cambio conductual para promover flexibilidad psicológica” (Pérez, 2015, pag., 151). Por ello, la terapia no está centrada en la eliminación de síntomas, sino en conseguir una mayor flexibilidad en la conducta del paciente.
Por otro lado, como citan Barraca y Pérez (2010) “consiste en recuperar el reforzamiento positivo que proviene del entorno que, de acuerdo con el modelo teórico, se hallaría interrumpido o muy disminuido en los estados depresivos (Jacobson et al., 2001; Martell et al., 2001).
*Este post es un fragmento de mi Trabajo Final de Máster. Para más información, puede contactar directamente conmigo.
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