*Foto de Karanva Kúrnikova
Estudiar psicología no es tarea fácil, implica reflexionar sobre uno mismo, sobre las personas que nos rodean, las relaciones que mantenemos, etc. La psicología es una ciencia muy amplia, engloba corrientes muy diferentes entre sí, de manera que no es extraño encontrar contenidos muy dispares que lanzan mensajes totalmente contrapuestos.
Al terminar mis estudios universitarios creía que tenía muy clara mi formación y los principios que seguiría como psicóloga, nada más lejos de la realidad.
Si uno se para un momento a analizar nuestro alrededor, se da cuenta de que constantemente se nos están enviando mensajes por todos los medios, mensajes que hablan de aprovechar la vida, de ser felices, de ser felices con lo que tenemos, de no quejarnos, de que debemos ser positivos, de que para tener salud hay que ser FELICES.
Yo me considero una persona alegre, pero a veces esos mensajes hacían que mi vida no parezca tan genial, ya que ese factor de felicidad no es una constante, no soy positiva el 100% de mis días y parece que eso debe cambiar si quiero una vida feliz.
No se trata de ser negativos, de sentirse tristes, enfadados, resentidos, celosos o envidiosos. Se trata de que todo lo enumerado anteriormente, forma parte de la vida del ser humano. El ser humano es un sufridor por naturaleza, nunca podremos lograr no sentir tristeza, no sentir enfado, no sentir rencor… o por lo menos no por mucho tiempo. El hecho de promocionar la felicidad y el positivismo como meta en la vida crea frustración porque no está dentro de nuestras posibilidades.
Acercándome a las terapias contextuales encontré un mensaje completamente diferente, este se ajustaba más a lo que sí podemos seguir como seres humanos ya que no niega ninguna de las facetas de nuestra vida, la clave no es anhelar la felicidad, sino una vida plena. Se trata de una vida comprometida con nuestros valores, que acepta nuestros pensamientos, nuestras debilidades, nuestros altibajos, pero no deja que estos nos alejen de lo que realmente nos importa.
La “clave” no estaría en el hecho de eliminar nuestros pensamientos negativos, sino en que estos pensamientos negativos no nos impidan hacer lo que queremos hacer. Le hacemos demasiado caso a nuestra mente, ese es nuestro error. Todos caemos constantemente en hacerle caso a nuestros pensamientos, sobre todo a esos que nos dicen “Todo va a salir mal, mejor ni lo intentes” o “Eres tan feo que nadie querrá hablar contigo, quédate en casa”, en ocasiones es inevitable no caer, pero tomar consciencia de ello ya es un paso para empezar a dejar de vivir a merced de ellos.
Para tener una vida plena no hace falta tener la mente plagada de buenos pensamientos ni tener que ver siempre el lado positivo de las cosas, no es malo sentir emociones desagradables ni dudar sobre nuestra felicidad, todo esto forma parte de nuestra vida, como el madrugar, lo que podemos hacer es aceptarlo como parte de nuestro día a día, no es una tarea fácil pero nada que valga realmente la pena lo es.