El día a día y la misma vida trae eventos y circunstancias que de forma inevitable hace que generemos una gran cantidad de pensamientos. Estos pensamientos pueden ser más o menos interesantes, positivos, negativos o incluso neutros.
Cuando algunos de estos pensamientos, se convierten en una rutina diaria y nos acompañan a pesar de que no aportan nada puede ser algo duro de sobrellevar, pero cuando además, nos traen a la mente momentos duros, estresantes y dolorosos, llevarlos todo el día en nuestra mente se convierte en un verdadero calvario.
Muchas veces, nos encontramos en consulta un gran afán por que estos pensamientos desaparezcan. Este mismo esfuerzo por deshacernos de ellos, nos lleva hasta un punto en el que enfocamos todas nuestra energía en la eliminación del sufrimiento interno. Al intentar «controlar» o eliminar un determinado pensamiento, vemos como ese intento puede estar limitando nuestro nuestra vida. En ese momento, de forma paradójica es nuestra mente la que controla nuestra conducta y esto puede hacer que acabemos haciendo todo lo que no queremos hacer y que nuestra mente nos repite sin parar. En ese caso, hablamos de la profecía autocumplida o efecto pigmalión.
¿En qué consiste la profecía autocumplida o efecto pigmalión?
Puede aparecer como un pensamiento que se repite, en el que creemos firmemente (a pesar de que no tiene por qué tener fundamento) que lleva a que nos comportemos de una determinada manera y que además, se cumpla. Cuando esto ocurre, se refuerza la creencia y hace que vuelva a ocurrir en el futuro.
Un caso muy famoso de dicha profecía es el que ocurre en el ámbito escolar, cuando el profesor o la profesora «etiqueta» de forma positiva o negativa a un alumno y este, comienza a perpetuar una fama que le influirá en el rendimiento futuro.
Es normal que nosotros mismos nos hayamos visto alguna vez influenciado por nuestros propios pensamientos o creencias haciéndoles caso ciego y sin ser objetivos realmente. ¿Quién no ha pasado horas pensando «voy a suspender», «no sé estudiar», «no merece la pena» en lugar de estar simplemente concentrado estudiando? Al día siguiente, al suspender, incluso añadimos a estos pensamientos: «ya lo sabía», «si es que no se estudiar…»
¿Qué puedo hacer para no caer en esta «profecía autocumplida»?
- En primer lugar, detectar estos pensamientos. Pueden ser rumiaciones o cualquier pensamiento que sientas que te está imposibilitando.
- Una vez identificados, escríbelos e intenta ver de dónde vienen y qué sentimiento hay debajo de ellos. Tómate unos minutos en identificarlos y trátate en todo momento con autocompasión. Por ejemplo, el pensamiento «no sé estudiar» podría estar relacionado con el miedo a suspender, la pereza por continuar o la inseguridad.
- Cuando ya sepas qué sentimientos están provocando todo ese malestar y pensamientos repetitivos, es momento de continuar hacia lo que realmente te importa, puedes hacerte las siguientes preguntas:
- ¿Qué dice mi mente?
- Respuesta ejemplo: «no sé estudiar».
- ¿Qué quiero realmente y qué es importante para mí?
- Respuesta ejemplo: Aprobar este examen y terminar el curso. Ok, A pesar de que tengo pensamientos que me hacen sentir mal porque me siento inseguro, voy a continuar estudiando para acercarme a lo que me importa realmente.
Si sigues encontrando tu mente muy pesada y con mucha carga de pensamientos, te recomendamos que pruebes este ejercicio de atención plena, que te servirá para ejercitar tu mente volviendo al presente.
A continuación, os dejo con un cuento de Gabriel García Marquez sobre este mismo tema:
«Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde:
-No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo.
Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice:
-Te apuesto un peso a que no la haces.
Todos se ríen. Él se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla. Contesta:
-Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo.
Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mamá o una nieta o en fin, cualquier pariente. Feliz con su peso, dice:
-Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto.
-¿Y por qué es un tonto?
-Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo.
Entonces le dice su madre:
-No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen.
La pariente lo oye y va a comprar carne. Ella le dice al carnicero:
-Véndame una libra de carne -y en el momento que se la están cortando, agrega-: Mejor véndame dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado.
El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice:
-Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están preparando y comprando cosas.
Entonces la vieja responde:
-Tengo varios hijos, mire, mejor deme cuatro libras.
Se lleva las cuatro libras; y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo, en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice:
-¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo?
-¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor!
(Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos.)
-Sin embargo -dice uno-, a esta hora nunca ha hecho tanto calor.
-Pero a las dos de la tarde es cuando hay más calor.
-Sí, pero no tanto calor como ahora.
Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz:
-Hay un pajarito en la plaza.
Y viene todo el mundo, espantado, a ver el pajarito.
-Pero señores, siempre ha habido pajaritos que bajan.
-Sí, pero nunca a esta hora.
Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.
-Yo sí soy muy macho -grita uno-. Yo me voy.
Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen:
-Si este se atreve, pues nosotros también nos vamos.
Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo.
Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice:
-Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa -y entonces la incendia y otros incendian también sus casas.
Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, clamando:
-Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca.»
Evidentemente, este cuento es una historia ficticia pero tiene en común con la profecía autocumplida una creencia inicial que desemboca en una realidad a causa de la creencia. ¿Se te ocurren casos en los que te hayas dejado influenciar por tu mente o por las creencias hacia ti?
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